viernes, 9 de julio de 2010

En el principio fue Dumbo


Breve top five de películas para llorar:
Puesto Nº 5: Persépolis. Animée en idioma francés, con las voces de Chiara Mastroianni y Catherine Denueve. Una niña iraní nos cuenta su vida, desde su niñez hasta convertirse en adulta. Ninguna mujer puede dejar de llorar al verla. Inclusive, y por sobre todo, las que más Mafalda y menos Susanita somos.
Puesto Nº 4: Billy Elliot. En un pueblito de Inglaterra, un niño bailarín, huérfano de madre, vive con su abuela, con su padre y con su hermano mayor, ambos “machotes” que trabajan en la mina del pueblo. Billy se escapa de sus clases de boxeo para tomar clases de danza. Las lágrimas de su padre y la música de “El lago de los cisnes” nos ponen la piel de gallina… con plumas y todo.
Puesto Nº 3: Cinema Paradiso. Todos alguna vez quisimos tener tesoros guardados, como ese niño que guardaba debajo de su cama los trocitos de películas censurados por los curas y prolijamente cortados por el entrañable dueño del proyector del pueblo. Y muchas veces pasa el tiempo y nos olvidamos de ellos… pero la vida, y alquien que nos quiere siempre se encarga de recordárnoslos. ¡Si hasta la versión crecida del protagonista llora!
Puesto Nº 2: The Kid. Sí, la del afiche que está colgado en las paredes de los barcitos de San Telmo. Porque Chaplin nos ha hecho reir a carcajadas, y Jackie Coogan (el niño de la peli) cuando creció, nos ha arrancado sonrisas encendiendo lamparitas con su boca como el tierno Tío Lucas de la serie Los Locos Addams (sí, ¡es él!). Pero no creo que haya alguna escena más desgarradora en el cine que el momento en el que los dos extienden sus brazos en medio de llantos luchando por que no los separen.
Puesto Nº 1: Dr. Zhivago. Después de cuatro horas de película con idas y venidas, con el científico-médico-poeta-bombónárabe del protagonista, casado con una mujer que no ama; constantemente separado de la mujer que sí ama; una hija con ésta última que se pierde en el camino; injusticias, destierros, y otros golpes bajos, morimos CADA VEZ que vemos el final. Porque si sabemos que la están dando en TCM, calculamos a qué hora va a estar terminando para ver ese final ooootra vez. Para lagrimear un poquito, nada más.
Yapa: FAIVEL!!!!!! FAI-VEL!!!!!!!!!!! Canten conmigo: aaalláaaaa fueeraaaaa ba-jo-la-lu-na griiiiissss... aaal-guien-que-me-quieeeereeee... está-pen-san-do-en-mí... malditos ratones, que si los tuviéramos en nuestra casa los estaríamos reventando a escobazos, pero como son inmigrantes (como nuestros abuelos) y el más pequeñito se perdió en el camino, ¡¡nos angustian y nos hacen llorar de tristeza!! Y no contentos con eso, al poco tiempo dejan Nueva York (¿qué tenía de malo Nueva York?, si Vito Andolini se quedó ahí y se convirtió en Corleone) y ¡”Faivel va al Oeste”! secuela, y claro, como no podía ser de otra manera, el muy perspicaz ratoncito Faivel ¡SE VUELVE A PERDER!

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